martes, 7 de agosto de 2012

El testigo Raul Medina

Raul Medina, declaró en el juicio contra Juan José Luis Gil. 
Como perro que volteó la olla, mirando para otro lado, hacia el sitio donde se encuentra el imputado, acusa la conmoción causada por los correos electrónicos que él recibió de manos de terceros. 
Exhibe recortes periodísticos, fotos. 
Todos referencian la “conmoción” causada por los correos amenazantes. 
Conmoción que no se manifiesta por los robos, secuestros, violaciones u homicidios. 
Conmoción que no se manifiesta por los graves y frecuentes accidentes de tránsito. 
Es que la conmoción por los correos electrónicos no existe. Es fogoneada por ellos mismos. 
De la misma forma fogonearon una fuerte “conmoción” cuando dijeron que la Señora Susana Almeida, esposa del Fiscal Candioti había sido amenazada. La conmoción hizo que la ASOCIACION NORTE AMPLIO POR LOS DERECHOS HUMANOS repudiara tan “graves ataques a la investigación por los delitos de lesa humanidad”. La Vice Gobernadora, Griselda Tessio también repudió las amenazas. Y el Procurador General de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, repudiando las amenazas y en salvaguarda de la integridad física de la “amenazada”, dispuso su traslado a un destino cercano a su esposo. Y dejaron que la conmoción perdurara, y quedaran sospechas sobre los "represores", pese a que inmediatamente se conoció la verdad. 
Había sido la travesura de una niña que fue llevada al Juzgado por su madre, empleada del mismo. 
Igual conmoción procuraron cuando la mitómana Patricia Isasa afirmó que había recibido mensajes de texto amenazantes en su celular. Allí también los “socios de la lista” que “no cobran la mínima”, manifestaron su repudio. 
Y cuando denuncié penalmente a la mitómana, nadie salió a repudiar las mentiras de la arquitecta. 
Medina “olvidó” llevar los recortes periodísticos de estas “conmociones”. 
Lo que resultaba patético era la intervención del abogado querellante Iván Bordón, quien no sabía cómo hacer las preguntas al testigo para que dijera lo que seguramente habían acordado. 
Se lo notaba tan dubitativo e incoherente, que en un momento se me ocurrió preguntarle a la esposa del Profesor Gil, si ellos habían sido los que habían contratado al abogado querellante. 
La esposa de Gil debió taparse la boca para reprimir una carcajada. 
 Con toda la plata que recaudaron en subsidios e indemnizaciones no pudieron contratar a un abogado mas idóneo. 
¿O acaso confían en las presiones que se ejercen sobre el Tribunal?

Orlando Agustín Gauna Bracamonte

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