sábado, 16 de agosto de 2014

Corrupción y choreo

Breve manual para robar en la función pública

“Si no la ponemos nosotros, no la ponen los empresarios y nadie mantiene todo esto”, dijo la Presi como si cada obra la pagara de su bolsillo. 
Extrañamente, la guita sale del Estado y va a parar a algunos selectos bolsillos, pero de un modo difícil de entender. Robar en la función pública es todo un arte en el que no todos saltan a la fama internacional, pero muchos hacen su mejor esfuerzo para luego quedar en el más cruel de los anonimatos.
Durante la gestión de Romina Picolotti, el país se dividía entre los que ya llevábamos un posgrado en putear al kirchnerismo y los que no se enteraban que nos gobernaba la selección nacional de amigos de lo ajeno. La gestión de Picolotti era casi monacal en comparación con lo que hemos visto después. O sea, cuando Cristina le ordenó a Sergio Massa que le pidiera la renuncia a Picolotti, Ricardo Jaime ya tenía un yate, un departamento en Brasil, quichicientas propiedades y más cuentas que cuaderno de tareas de alumno castigado. Sin embargo, Picolotti no se fue por sus manejos: la mina del look de corte de agua y ausencia de jabón fue cuestionada durante 2 años y medio por haber nombrado a más de trescientos empleados en su Secretaría, en su inmensa mayoría, familiares, amigos, familiares de amigos y amigos de familiares.


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